Este texto analiza la estructura narrativa de tres documentales realizados dentro del Tejido de Comunicación ACIN
El Chiguaco, chiwako o chihuaco es un ave muy popular en sudamérica y es llamado por algunas culturas andinas como “el pícaro mensajero”. Recoge los mensajes del mundo de lo místico y los lleva al mundo habitado por los seres humanos. Para quien sabe escuchar, el canto alegre del chiguaco anuncia la llegada de la lluvia y la mejor época para la siembra. Por eso hemos escogido esta ave como símbolo de este colectivo cinematográfico: admiramos su melodiosa forma de comunicar los mensajes que requieren llegar al corazón de la gente. Nuestra búsqueda es la comunicación audiovisual y nos inspira la gracia y la dulzura de quienes están conectados con la Madre Tierra. A ellas y ellos nos debemos. Queremos narrar, por medio de imágenes, aquellas memorias, voces y luchas que los pueblos caminan en dignidad.
Chiguaco Cine es una productora y escuela de cine cuyo propósito es la realización cinematográfica en minga. Para ello, el corazón de nuestra propuesta es la formación en narrativa audiovisual a colectivos indígenas y comunitarios para que sean ellos mismos quienes representen su propia realidad. Además, buscamos fortalecer las líneas de investigación acerca de la soberanía audiovisual con el fin de consolidar narrativas que se alejen de la exotización y folclorización de las comunidades indígenas para posicionar aquellas narraciones que surgen desde el corazón mismo de los pueblos.
Sumado a lo anterior, nuestra forma de trabajo propone la creación cinematográfica comunitaria. Los procesos de realización audiovisual que pertenecen a procesos comunitarios tienen el desafío de encontrar en las raíces de los pueblos las narrativas que permitan cuestionar su propia realidad. Hacerlo implica revisar aquellos conceptos audiovisuales que parecen inamovibles y también los procesos prácticos de realización audiovisual. “Caminar la palabra” dice la comunidad nasa del norte del Cauca. Es decir, poner en práctica la teoría mediante acciones concretas que permitan una conexión más profunda con las historias, las narrativas y los saberes de los pueblos indígenas del país.
En muchas comunidades indígenas del Cauca se han desarrollado procesos de creación artística en donde se dinamiza el uso de tecnologías y la enseñanza de las bases de la narración audiovisual. No obstante, muchas de esas experiencias han priorizado la enseñanza de unas bases estandarizadas de narración cinematográfica sin preguntarse acerca de los saberes, los tiempos y las relaciones visuales y sonoras de los pueblos con la Madre Tierra. Por eso planteamos la necesidad de pensar un tipo de realización audiovisual dentro de comunidades indígenas en donde no se aborde solamente temáticas que las involucren sino también —y sobre todo — formas de narrar que las haga protagonistas del proceso de creación y que sean acordes a sus cosmovisiones y a sus sensibilidades. Es decir, indianizar el proceso de producción audiovisual. Esto significa debatir, proponer, aprender en colectivo. Crear historias que se originen desde y para las comunidades y que sean ellas quienes decidan para qué y cómo hacerlo.
Nuestras producciones
Cortometraje realizado en la comunidad Nasa del norte del Cauca, Colombia. Género: Ficción. Año: 2018.
Diálogos con otros
Pero la cosa es que ese imperio ya no está. O acaso está, pero ya no significa nada. El dinero, que era su sangre y su espada, sigue derrochándose en tonterías mientras cualquiera puede hacer un film con una simple cámara de fotos. Los millones de dólares siguen yendo a parar a manos vulgares y a ojos vulgares, que producen imágenes que se confunden con los anuncios publicitarios de jabón en polvo. El dinero ya no hace posibles las imágenes: las espanta, las arruina, las envilece, como esas viejas ricas que mueren en sus departamentos con sus cuentas bancarias llenas de oro. El dinero arruina los films, y los films hechos con mucho dinero se desplazan aún entre nosotros, enfermos de muerte como los últimos dinosaurios.
¿Y el argumento? Anacrónico también, dinosaurio también, pero como esos dinosaurios pequeños y astutos a los que en algún momento comenzaron a salirles plumas. Todavía aparecen, cada tanto, quienes dicen “¡Contemos historias! ¡El cine es el arte de contar historias! ¡No hay como una buena historia!”. ¡Historias! ¿A qué te refieres, amigo, con “historias”? Un niño se acuesta, a regañadientes, en su cama. Su padre empieza a hablar. Improvisa, se deja llevar. Parte de cuentos que conoce, e inventa el resto. Parte de Simbad, pero le incorpora submarinos, dragones, demonios, guerras. El niño escucha, imagina los submarinos y los dragones, imagina dócilmente hasta quedar dormido. Al día siguiente, el padre repetirá el ritual, e incorporará variaciones hasta el infinito. La historia no existe. El niño no la necesita. No necesita fábulas, ni finales, ni resoluciones. Es el simple hecho de contar, de que le cuenten, lo que lo hace feliz. No necesita que nada cierre, no necesita que nada dé sentido a esa sucesión de fantasías. Simplemente necesita poder imaginar esos monstruos y esos paisajes. Necesita la ficción, no el argumento. El argumento, las “historias”, son la ficción convertida en mercancía. La ficción empaquetada, amaestrada, domada a latigazos, encerrada en una jaula, parada en dos patas como un tigre de circo.
Ese imperio ya no está, pero es entre sus ruinas que nos movemos. Ya no le debemos obediencia, pero aún lo amamos o al menos le tenemos simpatía. Nos queda el placer de subvertirlo, de desafiarlo, de engañarlo, de tomar sus argumentos y traicionarlos, de tomar sus viejos géneros y ultrajarlos, de entrar a sus palacios a caballo, como invasores bárbaros, y revolear sus candelabros y sus piezas de orfebrería, o mejor aún, tomar en nuestras manos sus estatuas de mármol, sus estatuas de Apolo y de Júpiter, y llevárnoslas lejos, y ponerlas en el centro de nuestras plazas, en nuestras rústicas aldeas, más allá de las montañas, al otro lado del desierto. Esos bárbaros somos nosotros, cineasta.
2. La ética de un artista depende de su relación con la modernidad. Hay que ser absolutamente modernos, dice nuestro profeta, y le creemos, pero después, convenientemente, calla. Nuestro profeta, como todos los profetas, es ambiguo, y les habla por igual a los iluminados y a los necios, y tanto unos como otros sienten que los está mirando a los ojos. ¿Qué es ser moderno? ¿Cómo se es moderno, Rimbaud? (no es ni escribiendo esa estupidez de A negro E blanco I rojo, ni dejando quete corten una pierna, ciertamente) El cine, ¿es la moderna pintura o la moderna literatura? Según Godard, Manet inventa el cine. ¡Qué bello sería! Manet inventa la pintura moderna, es decir, ¿el cine? Es una idea maravillosa. ¿Y la literatura? ¿Podríamos decir, por ejemplo, Balzac inventa la literatura moderna, es decir, el cine? En efecto, Jean Renoir es más moderno que Auguste Renoir, y su Bête humaine es más moderna que la de Zolá, pero también es cierto que Matisse es más moderno que Jean Renoir; incluso podríamos decir que es más moderno que nadie. ¿Entonces? ¿Es una competencia de modernos, esto?
Pero hay algo en lo que el cine es imbatible, y ahí no hay quien lo pare, y ahí sí es más moderno que Matisse, y que Picasso, y que Joyce y que Arnold Schönberg y que Duchamp. Y ese algo es su relación con la realidad. Y aunque se nos diga que no hay tal cosa, y que la construcción y que la mirada yque esto y lo otro, poner una cámara en un campo de trigo en donde sopla el viento es una forma única de aprehender el viento, y poner una cámara en frente de Greta Garbo es una forma única de aprehender a Greta Garbo. Esto es así, y hasta un niño puede comprenderlo. Ninguna de las otras artes tiene frente a sí semejante enemigo. Es la realidad, es el mundo mismo aquello con lo que combatimos, y ese mundo es incesante, y cambiante y traicionero, y es una hembra veleidosa que nos seduce y nos deja exhaustos y defraudados. Cineastas, la realidad es nuestro rival y en ese gozoso combate estamos embarcados. Cada film tiene que ser una batalla, y cada film exitoso deja plantada allí nuestra bandera. Maldita realidad, tierra de difícil conquista, más que el Ártico o el trópico. Frágil, caprichosa realidad que, si hay mucha ficción te espantás y te replegás y te escondés como una tortuga en su caparazón y nos dejás sólo las sobras, y si hay poca ficción hacés la tuya y te volvés banal y chabacana como una puta sin maquillaje, como Aldonza Lorenzo. ¡Si hay poca ficción sos Aldonza Lorenzo, realidad, y si hay demasiada sos una mentira inventada por un viejo loco!
Entonces, resumiendo, la modernidad es siempre el camino más difícil. Hay una selva, ponele. Hay varios caminos. Algunos muy transitados, otros menos, otros que son apenas senderos abiertos pocos días antes a machetazos. Y hay partes de la selva donde no hay nada, ningún camino. ¡Hay que ir ahí! ¡Agarrar el machete e ir ahí! ¡La modernidad es ir ahí! Y para un cineasta, esa selva virgen es siempre lo real. “La selva espesa de lo real” (¿no lo dijo alguien, ya?, ¿no dijo alguien ya todo esto?), que deshace nuestras imágenes, o nuestros intentos de imágenes de un solo zarpazo. Escuchame, cineasta. Haceme caso. Afilá tu hacha. Salí al monte, y aprendé que la guerra contra lo real es tu misión en esta vida. Salí al monte y traé fragmentos de lo real encerrados en una jaula, como los viejos cazadores, como los negros cazadores del África Austral. Cuanto más raros mejor, cuanto más difíciles mejor. Ahí está la belleza. Y si no te gusta eso, lo siento mucho. Sos un director de publi. Hacé televisión. Hacé propagandas con jugadores de fútbol. Andá a cagar.
3. Pero hay otra tradición que los cineastas heredamos, y es la tradición de los comediantes y los viajeros. La tradición de la aventura y de la fiesta. La tradición del extranjero y del pirata. Mercurio es el Dios del Comercio, pero también de los ladrones, y es el dios que camina y que va por las rutas vagabundeando. Si cada gran cineasta redacta su manifiesto sobre el cine en una película, el más festivo de todos ellos es Le carrosse d’or, la gran parábola del cineasta. ¿Serían los rodajes de Renoir como Le carrosse d’or?
¿O serían parecidos a los de todos nosotros, con complicaciones, y cansancio, y peleas, y quejas? No importa ya. Basta con que él haya imaginado esa troupe para que esa troupe exista y nos identifique, como un faro. Y ese faro nos dice: no debería hacerse cine sin alegría; no debería hacerse cine sin arrebato. Sin arrebato no hay libertad; sin arrebato no hay belleza. ¿Digo tonterías? ¿Digo cosas obvias? ¿¡Ah, sí!? ¡Vayan a ver cómo se preparan los jóvenes cineastas! ¡Vayan a los seminarios de producción, vayan a los cursos de guion, vayan a los talleres de pitching! Peinaditos, anotando como soldaditos. Hablando de millones. Uno punto dos. Uno punto cinco. De eso hablan mis hermanos más chicos; de millones. Y de salida, y de copias. Y de la motivación del personaje. Y de su propia motivación. Y de festivales. Y del lab tal y del Talent Campus. Y van a todos lados con sus bolsitos de festivales. Y hacen así con el teléfono, como un librito. Y dicen palabras en inglés. Y sus libretitas de diez dólares.
No se hace cine sin alegría, y sin arrebato, y entonces lo que nosotros tratamos de hacer, lo que tratamos de hacer desesperadamente es mantenernos disponibles a la alegría y al arrebato. Y es muy difícil, cineasta. No te dan los subsidios, te atacan en twitter y los críticos no entienden ni una palabra de lo que querés hacer. Pero la alegría, y el arrebato, y la libertad, y la belleza aparecen cada tanto, cineasta, y ahí no te importan ni los críticos ni twitter, estás sólo con tus amigos, y el mundo delante, y un milagro se produce en la pequeña pantalla de tu camarita de fotos. Y ahí, en esa pequeña pantalla, el cine sigue vivo.
Pusiste la trampera en un árbol y una carnada, y te quedaste esperando, y esperaste durante horas, y de pronto un pájaro magnífico, un papagayo rojo y azul vio la trampera, y le dio curiosidad y entró, y la puerta se cerró detrás de él y el pájaro es tuyo. Y en tu corazón de cazador se enciende un fuego, te lo juro. Eso mismo tratamos de hacer los del Pampero; pero sin arruinarle la vida a ningún pájaro. Pero el fuego, sí. El fuego crece. Cuando el fuego crezca, quiero estar allí.
Allí, cineasta.